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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Sacrílega de afectos.

Correr, correr.. Y dejarme sin resuello. Sin papeles. Sin mí. Sin ti. Sin él.
Perder el aliento. El mea culpa. El nosotros. La debilidad de esta estructura. El cansancio de mis músculos. La jácara de esta discordia.

No puedo.

Pero sí; sigo corriendo. Dejo atrás mi casa, a veces mi hogar. El dominio. La comunicación que comunica. Mi esoterismo. Tus quebrados. Sus descubiertos. 
Ellos que nada entienden, yo que todo sé.
Sé, ¡SÍ! De ser sacrílega de afectos. ¡Sacros defectos de esta servidora! De los rieles de tu confusión. De la rifa de mis fueros. De ser una Eva sin Adán, sin Dios, sin elíseo. 
Sabor a manzana, el fustigar de mi fechoría. Aletargante mi pleno, deliciosa polémica. 

Cinco horas de sueño, del único que debía, pero tampoco funciona. Ojeras, tirantez en la prisa, en la espalda que no encorva ante el peso. Recta, aristocrática; casi marcha militar.

Nada. No hay reglas. Corre. No te detengas.
Fúgate de las rejas. De la prisión que te presiona, que aprisiona, que te ahoga.

Correr sin vocación, sin confines. Quemar miserias y oxígeno. Tullida de piruetas en circos sin licencia, sin garantías.
¿Qué quieres? ¿Qué tienes? ¿Qué debes?
Déjame.
Déjame correr.
Correr, correr... Correr lejos.
No me abandono. No, ¡Me sigo!

Pararé. Te lo prometo, algún día.

Lo juro. Lo juro por mis desobediencias.

Por mis desatenciones

Por tu culto a mi alienación.

Sobredosis.

Aprovechaste la ventaja y me abrazaste. Tan estrechamente que evaporaste mi cuerpo de agua. Columna de humo, sirena de bomberos y ni una pista del crimen. De la prueba de laboratorio.
Caladas breves de vapor, ventilador en punto tres y ventanas abiertas. 

Allí no pasó nada.
Allí nadie se fumó una vida entre la mezcla de un canuto.
Allí nadie se metió una raya de ese polvo blanco hecho con mis huesos.  

 Allí jamás desaparecí.

Allí nunca hubo sobredosis de ti.